Era tarde, quizás demasiado para el deambular de una persona de orden. Pero, dadas las circunstancias, allí estaba yo, a las tantas de la madrugada de un sábado, ebrio de cansancio y mareado tras horas y horas de teclear y revisar las gestas del Glorioso y del desafortunado alavesismo. Triste por la segunda finalísima perdida, me encaminé sin mucho criterio a la búsqueda de mi utilitario. Si, de costumbre, encontrarlo me parece una gesta, el día de autos asumí que dar con él se iba a convertir en misión imposible. Así que empecé a deambular por las calles vacías de una ciudad que ya masticaba la resignación de una derrota, en parte, anunciada con antelación por la presencia en el campo de un rival legendario. Para mi sorpresa, en el trayecto comprobé que una parte de la capital aún estaba despierta, y, por lo visto, en plena faena. Al parecer, lo de la jornada futbolera, la profusión de prendas blanquiazules y el ánimo babazorro exacerbado no iba con ellos. Eran dos, y se empleaban con tesón en el escrutinio de los tesoros que ofrecía uno de los containers grises para recoger los residuos y las basuras de la población. Entonces caí en la cuenta de que, para mucha gente de estos lares, aquello de pan y circo se queda aún en mera aspiración.