El mundo está loco. Sin paños calientes. Imagino a un viajero interestelar de película, de esos que parten hacia, qué sé yo, Saturno en un periplo de años y que un buen día regresa a la Tierra. El asunto es que tampoco habría tenido que pasar nuestro viajero muchas décadas de desconexión para quedarse pasmado a su vuelta. Ahí tenemos a China liderando el discurso capitalista y de libre comercio, en los últimos días levantando asimismo la voz -también digo que desconozco con qué convencimiento- cuando un presidente de EEUU anuncia que abandona el acuerdo contra el cambio climático. Las dos últimas semanas de Donald Trump han sido seguramente un perfecto resumen de la nueva geopolítica mundial: Trump a su aire en Taormina en el G7, Trump leyendo la cartilla -económica- a sus aliados de la OTAN ante un memorial del 11-S y el Muro de Berlín, Trump dando un portazo al Acuerdo de París. Angela Merkel dijo el lunes pasado algo que en términos diplomáticos parece una bomba atómica: “Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros -léase EEUU y Reino Unido- han terminado”. Tiempos de posverdad, tiempos orwellianos, tiempos de covfefe, que es de lo mejor que ha tuiteado Trump. Continuará.
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