Ala hora en que empiezo a escribir estas líneas han muerto ya cerca de una treintena de personas enfrente de las costas de Libia. En una mañana. El año pasado se ahogaron en el Mediterráno más de 5.000, y desde enero la inmensa mayoría de quienes no llegaron a tocar tierra vivos salieron de ese país liberado hace seis años por la OTAN. De allí, de Gadafi, huyeron los padres del enajenado que ha asesinado a un montón de niñas y adolescentes porque divertirse es pecado. Y en ese país, que ya no existe, combate contra los caciques locales por los pozos de petróleo la secta inspiradora de la matanza de Mánchester, los peones que en su día ayudaron a aniquilar a aquel tirano friki que cuatro años antes de morir sodomizado con una pistola acampó con su jaima y su guardia de amazonas en los jardines de El Pardo y del Elíseo. El mismo que departía jovial con Zapatero y con Sarkozy, sin saber que el primero supervisaría los bombazos sobre su país y que el segundo le perseguiría por el desierto hasta hacerle callar para siempre. Aquella guerra abrió una ruta de migración que en cuanto llegue el verano multiplicará la cosecha de muertos en el mar, y aquella guerra también alimentó al monstruo que hoy nos aterroriza. Gracias a todos.
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