El ciberataque lanzado el pasado viernes a nivel global y que ha afectado a miles de ordenadores y sistemas informáticos de particulares y empresas de un centenar de países ha puesto de manifiesto la gran vulnerabilidad para la seguridad personal y ciudadana que supone la creciente digitalización e informatización de procesos, servicios, mercados y demás operaciones que nos afectan a todos como sociedad y como individuos. Lo primero que cabe decir tras estos sucesos es que se trata, ni más ni menos, que de una forma -todo lo sofisticada que se quiera- de delincuencia pura y dura. La infección de nuestros ordenadores y de los sistemas informáticos de nuestras empresas no tiene más objetivo que el de conseguir beneficio económico. Un chantaje. Se trata, por tanto, de un robo de nuestros datos íntimos y personales o de un intento de extorsión puro y duro: pagar por devolvernos nuestra intimidad o nuestra seguridad. El hecho de que entre las compañías afectadas estén hospitales, servicios de salud, bancos o, por ejemplo, compañías ferroviarias nos da la dimensión real de la grave vulnerabilidad que sufre la ciudadanía a nivel mundial. Más allá del puro daño económico que pueda suponer, una intromisión irresponsable y delictiva o directamente de caracter terrorista sobre algunas de estas infraestructuras clave en una sociedad moderna puede ocasionar una gran cantidad de víctimas. La ciudadanía, en general, se encuentra indefensa ante estos ataques, tanto a los que pueda sufrir directamente en sus dispositivos personales como a los que tengan lugar contra compañías que disponen de sus datos personales íntimos. Por ello, se hace tan urgente como necesario fortalecer a nivel mundial la ciberseguridad, que no deja de ser una parte de nuestra propia seguridad personal, un bien que debe ser protegido jurídicamente pero también desde un punto de vista político, social y económico. Ayer, los ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales del G-7 acordaron, un día después del ataque masivo, el fortelecimiento de la cooperación global para contrarrestar las amenazas cibernéticas. Así debería ser, porque a una amenaza global solo se puede dar una respuesta eficaz global. Lo que no es óbice para que, en ámbitos más reducidos, se busquen también soluciones más locales, como el centro de ciberseguridad que prevé poner en marcha en breve el Gobierno Vasco.
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