ser madre no es fácil. Ni para empezar -hay que asumir esa deformación del cuerpo mientras se gestan vástagos- ni para parir, a pesar de la epidural, ni para ciudar y educar a las fieras hasta que son capaces de valerse por sí mismas. Es lógica la veneración eterna que la mayoría de los hijos tienen hacia sus progenitoras. De todo hay, sin embargo, porque, además de malas madres, que algunas existen, también anda suelto mucho desagradecido por ahí. De un tiempo a esta parte, no obstante, la condición de madre se ha tornado aún más difícil para las mujeres. El trabajo fuera de casa se convierte en un escollo complicado de superar, sobre todo en lo que a promoción profesional se refiere. Sigue siendo una rémora la condición de madre -real o incluso potencial- para muchas mujeres tan bien o mejor preparadas que cualquier hombre para acceder a puestos de responsabilidad y/o de mando. Dejar esta cuestión al albur de las empresas supone una irresponsabilidad por parte de las autoridades políticas, en teoría garantes de los derechos de todas las personas, incluso también de las mujeres. Muchas jóvenes deciden renunciar a la maternidad para optar a mejores puestos y la sociedad se resiente, envejece. Por supuesto, esa no es la solución.
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