Imagino a los franceses extenuados tras meses de apasionante campaña electoral en las que ha pasado absolutamente de todo: giros inesperados, acontecimientos históricos, denuncias de corrupción o, cuando menos, de nepotismo galopante, vapuleo al bipartidismo, socialdemocracia en caída libre, luchas intestinas, ultraderecha cumpliendo previsiones al alza, protagonistas inesperados lanzados al estrellato... Quienes vaticinaron cuando aquello de las subprime y el cataclismo de Lehman Brothers la refundación del capitalismo, cuando se habló de la crisis económica como el auténtico Waterloo de las ideologías clásicas que dominaron el siglo XX por encima de la caída del Muro de Berlín, quizá pensaban en un escenario similar al que se dirime en Francia, en un paisaje que incluye la elección de Donald Trump en EEUU o la campaña en torno al Brexit en Reino Unido, dos ejemplos de eso de la post verdad. Dicen las encuestas que Emmanuel Macron ganará el domingo, pero Marine Le Pen se ha confirmado como una candidata extremadamente hábil. Y luego llegará el tercer asalto, las legislativas de junio, auténtica prueba de fuego para cualquiera de los dos. La cohabitación sobrevuela el hexágono... aunque Le Pen ya ha advertido de su disposicion a cambiar la ley para disolver una Asamblea hostil.