ya escribí sobre Armstrong, y sobre Contador. Cuando triunfaban y reenganchaban a los aficionados al ciclismo les pedí encarecidamente que no hicieran trampas, que se estaban jugando la muerte definitiva de ese deporte. Aquella leve recuperación se fue al traste a medida que afloraban los positivos. La gente volvió a desengancharse de aquellas siestas gloriosas al abrigo de Tour, Vuelta y Giro. Los mitos se derrumbaron, la épica se tornó tramposa, la única duda era adivinar cuánto iban a tardar en pillar al ganador de tal o cual carrera. Que con espaguetis y pollo no se suben cinco puertos al día es algo que todos sospechamos, de lo que todos somos más o menos conscientes... Pero ninguno queremos asumirlo. Preferimos pensar que los deportistas son semidioses, especialmente esos enjutos ciclistas que recorren más de 3.000 kilómetros en apenas tres semanas como si fueran subidos en motos. Así disfrutamos aunque quizá todo se reduzca a un inmenso ejercicio de hipocresía. Porque cuando son descubiertos los despellejamos sin compasión. Diríase que nos han traicionado, a nosotros y a la raza humana en general. Alejandro Valverde es el nuevo héroe del ciclismo. A sus 37 años, cumplidos ayer mismo, lo gana todo. Ojalá sea a base de espaguetis y pollo. Por favor.