Cada día me estremezco más cuando me enfrento al repaso informativo diario, que acostumbra a desarrollarse en los albores de mi siempre provechosa jornada laboral. Me ocurre que mientras devoro contenidos ojeando los distintos medios de comunicación que llegan hasta mis fauces, se me crispan los intestinos. Y les aseguro que no es por la dosis de cafeína que necesito para desperezar mis entresijos vitales, que acostumbra a ser generosa para amansar sueño y pereza que, según las circunstancias, dominan alternadamente mis despertares. En fin, les comentaba lo de mis desvelos intestinales, cada vez más recurrentes en cuanto accedo a los papeles y me topo con todo tipo de informaciones, crónicas, entrevistas y chascarrillos sobre lo bien montado que lo tenían, tienen y que presuntamente lo tendrán ese nutrido grupo de buscavidas, incapaces, granujas, corrompidos y enviciados que accedieron a la vida pública para dar lustre a sus billeteros arramplando o facilitando arramples propios y ajenos. El malestar no es tanto por la podredumbre existente en ciertos ámbitos, sino por la condescendencia y haraganería con la que los partidos en los que militan los pájaros en cuestión afrontan escándalos y bochinches variados. Por desgracia, creo que a esta sintomatología no la cura una manzanilla.
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