Cuando al fin se constata la posibilidad cierta de entrega de las armas por ETA, de los gobiernos de Madrid y París se exige responsabilidad para no dificultar y, si acaso, receptar el resultado del proceso
El anuncio en el diario Le Monde, a través de las palabras de Jean-Noël Etcheverry, Txetx, activista ecologista de Iparralde y uno de los detenidos en Luhuso en diciembre pasado cuando procedían a la destrucción de un primer stock de armas, de que “ETA quedará totalmente desarmada en la tarde del 8 de abril” próximo permite abrigar más que esperanzas de que en apenas tres semanas concluya un proceso que se ha venido demorando demasiado, más de cinco años desde aquel 20 de octubre de 2011 en que ETA anunció el “cese definitivo de su actividad armada”. La participación de un centenar de miembros reconocibles de la sociedad civil así como de los gobiernos e instituciones de la CAV, Nafarroa e Iparralde en un desarme que contaría además con supervisión internacional debe ser aval suficiente para su culminación, también para demandar de los gobiernos español y francés, como hizo ayer el lehendakari, Iñigo Urkullu, colaboración “en el logro de un objetivo de valor histórico para nuestra sociedad”. Porque cuando por fin se constata la posibilidad cierta de que los numerosos y diferentes esfuerzos realizados en la consecución de la entrega definitiva de las armas por ETA pueden llegar a concluir de forma positiva, la responsabilidad en el caso de los gobiernos de Madrid y París radica siquiera en no dificultar y, en su caso, receptar el resultado del desarme. Y cualquier otra actitud solo podría entenderse contaminada de intereses ajenos a los de la sociedad civil y, por tanto, debe ser desechada. Así, concatenar al desarme la exigencia de disolución, como se hizo ayer mismo desde el Gobierno español o desde el Partido Popular, puede entenderse como un horizonte terminal para la organización, pero no es comprensible si se trata de justificar actitudes inmovilistas que en nada han contribuido a alcanzar este momento sino más bien en dilatarlo en el tiempo. Además, la propia forma en que se hace público el que se pretende desarme definitivo de ETA, a través de las declaraciones de un representante de la sociedad civil comprometido con las vías pacíficas en lugar de mediante un comunicado, parece adelantar que, si no ha decidido ya su disolución -deshacer algo poniendo fin a la unión de sus componentes- ETA empieza a constatar su dilución: hacer que algo pierda importancia o intensidad hasta no poderse percibir; es decir, su desaparición.