Hace unos días leía una noticia, sección de Cultura de la prensa madrileña, sobre el director de orquesta William Christie, que había interrumpido la interpretación del Mesías de Händel después de que un móvil sonara con insistencia en el Auditorio Nacional, en Madrid. Las crónicas reseñan que en ese momento la orquesta acometía el aria He was despised, hacia el final de la primera parte, y que era el tercer timbre inoportuno y maleducado que sonaba. Christie debía de estar hasta la batuta, porque con un sonoro “¡stop!” paró el concierto y dirigiéndose al público, cuentan las informaciones, espetó: “Acaban de destruir uno de los pasajes más hermosos de esta obra”. Y volvió a comenzar. No abundan las crónicas en si además el aparatejo se regodeó en alguna interpretación en liza con la obra, que nos mola poner musiquillas megachanchis al telefonico, por aquello de personalizar, customizar lo llaman. Alguno de los artículos cuenta que una persona abandonó uno de los palcos laterales, prácticamente encima del escenario. Se me ocurren pocas acusaciones más demoledoras para el espíritu humano que la de destruir un hermoso pasaje de una obra de arte. Eso sí, el móvil chulísimo, pero al parecer sin opción de apagar o silenciar.