la inefable ministra Fátima Báñez -la misma que define la fuga de jóvenes de España como afán aventurero de movilidad exterior- sorprendió el lunes con su intención de impulsar que el horario laboral no se prolongue más allá de las seis de la tarde. Otro globo sonda, pensé, para tapar, por ejemplo, el rescate de las autopistas que implicará unos 5.000 millones más de recortes a todos los que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Y comprobé que, en efecto, algunos periódicos picaban y abrían ayer sus reputadas ediciones con el titular de las 18.00 horas a todo trapo. “Ingenuos”, volví a barruntar con una mezcla de indignación y ternura al comprobar que, a pesar de lo cabrones que deberíamos ser los periodistas, todavía nos tragamos ruedas de molino a poco que nos las ofrezcan con pan y queso. Sin embargo, una vez más estaba equivocado. Mi cinismo es todavía insuficiente a pesar de los años que llevo en esto de juntar letras. ¿Pues no van los diputados -sus señorías se hacen llamar incluso en estos tiempos- y plantean ayer mismo aplicarse el recado de la Báñez y dejar de trabajar a las seis “para dar ejemplo”? Desde luego, hace tiempo que los políticos dejaron de disimular. Y sentido del ridículo tampoco tienen, no.