No sé si están siguiendo la agria polémica que trae estos días a mal andar a los madrileños, el ensayo de peatonalización de la Gran Vía. No conozco ciudad donde un proyecto de peatonalización de una calle céntrica no provoque un encendido debate. Eso sí, el asunto adopta otras dimensiones cuando hablamos de Madrid, escenario hará pronto un año de aquel drama sin precedentes por la cabalgata de Reyes y la indumentaria de sus majestades coronada con esa frase para la historia: “No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”. Andaba escuchando los pros y contras de este cierre al tráfico, cuando aparece Esperanza Aguirre -que de tráfico en la Gran Vía algo sabe- exponiendo su opinión contraria a la medida con la vehemencia que la caracteriza, hasta llegar al argumento descacharrante. Resulta que la señalización, dice Aguirre, es “muy cutre”. Reconozco que no tienen mucho glamour las vallas y las cintas de plástico que veo en las imágenes de la tele, ni glamour ni sensación de cierta planificación dicho sea de paso. Continúa Aguirre: si por lo menos hubieran puesto algún motivo de decoración navideña... Ahí está, unos abetos con su espumillón, unos trineos y sus renos o unos belenes con su río y su montaña de corcho a modo de parapeto para el tráfico. Entonces ya sería otra cosa.