Santander, hace unos días. Se monta un festival sobre el rock radikal vasco que ya ha estado en Vitoria y en el que actúan, entre otros, un grupo de tributo a los alaveses La Polla. Y ahí que sale Ciudadanos como un solo hombre diciendo que aquello es poco menos que apología del terrorismo y que se debe prohibir el tema. Entre medio, asistimos a dos enfrentamientos vía redes sociales con dos miembros del mismo partido involucrados en la cosa. Por un lado, un actor en excedencia que va de partido en partido y tiro porque me toca se mete con otro ¿ex? compañero de profesión que se ríe de sí mismo y de un programa de televisión de humor muy conocido en Euskadi. Le acusa, como mínimo, de atreverse a reírse de ciertas cosas cuando ETA ya no actuaba, aunque se le olvida decir que el programa en cuestión ya existía ocho años antes del cese definitivo de la actividad armada. Por otro, un diputado con mando en plaza le acusa a un periodista catalán de ser amigo de Otegi porque un día le hizo una entrevista y que, por lo tanto, es cómplice de todos los demonios vascos y de parte del extranjero. Si esto es el centro y la nueva política, lo mejor es echarse a temblar. Al parecer para algunos, los vascos, por extensión, seguimos teniendo la culpa de todo.