El latiguillo apareció por primera vez en la opinión publicada hará cosa de diez o quince años, a cuenta de alguno de los planes -sí, esa es la palabra que se debería usar- que las potencias mundiales diseñaron para solucionar el pleito entre israelíes y palestinos, y cuajó de tal forma que hoy se extiende por los medios cuál imparable plaga de langosta, venga a cuento o no, porque parece como que queda bien, incrustado entre líneas rojas y declaraciones en las que los responsables públicos esperan y desean cosas, y están absolutamente convencidos de lo que opinan. Coletilla tras coletilla. La expresión es una mala traducción de roadmap, término anglosajón que se utiliza para definir lo que en castellano no es más que eso, un plan, preferentemente con varios puntos. Los políticos adoptaron el término en un alarde de esnobismo cutre, y los medios se lo aceptamos sin un mínimo sentido de la responsabilidad que como custodios cotidianos de la lengua nos compete. ¿O fue al revés, y nos lo inventamos los periodistas? Da igual, ahí sigue, gozando de una estupenda salud. Lo mismo te vale para hablar del último intento diplomático de frenar la masacre en Siria que para definir el plan -sí, el plan- que no le termina de salir a Luis Enrique en el Barça.