Con la muerte de Fidel Castro desaparece uno de los personajes históricos más icónicos, relevantes, referenciales y controvertidos del siglo XX a nivel mundial. El hecho de que su desaparición física haya sido un acontecimiento de primer orden internacional pese a que, debido a su estado de salud, llevaba ya diez años alejado del poder efectivo en Cuba -una pequeña isla de poco más de once millones de habitantes- revela que el líder revolucionario ha sido una de las personalidades más influyentes de los últimos cincuenta años cuyo legado, pese a las muchas sombras y atrocidades llevadas a cabo durante su largo mandato, continúa siendo reivindicado por gran parte de la izquierda mundial, también europea y entre la que la vasca no es ninguna excepción, como se está corroborando estos últimos días. La revolución encabezada por Fidel Castro junto al resto de revolucionarios y que logró derrocar mediante la guerra de guerrillas a la dictadura de Batista se convirtió para miles de jóvenes en un ejemplo a seguir no solo en Latinoamérica, sino en otros lugares del mundo y no cabe duda de que inspiró también, junto a otros acontecimientos, el nacimiento de la lucha armada de ETA. Sin embargo, aquella utopía se convirtió pronto en una pesadilla en forma de dictadura donde nunca han existido ni la democracia ni la libertad, donde se ha perseguido a los disidentes incluso hasta la muerte o el encarcelamiento y en la que han convivido niveles aceptables de educación y salud con una miseria generalizada en la población, una injusta situación innecesariamente agravada y alargada por el embargo de EEUU. Muerto Fidel Castro, la encrucijada de Cuba sigue vigente. Las tímidas reformas políticas y económicas iniciadas por el actual dirigente Raúl Castro -que abandonará el poder en 2018- y el deshielo en las relaciones con Estados Unidos durante la última etapa de Barack Obama están ahora en entredicho tras la elección de Donald Trump, quien ya ha dado muestras claras de que no solo no abandonará el embargo, sino que dará marcha atrás a los avances diplomáticos. La muerte de Fidel Castro debe ser el hito que, tras la larga dictadura castrista, permita a la propia población cubana abrir una nueva etapa en la isla en la que, sin abandonar los escasos aunque relevantes progresos, ponga al país en la senda del siglo XXI.
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