Curioso, y nada edificante, ejercicio el de las culpas y los relatos que se está construyendo en torno a Rita Barberá tras su fallecimiento. Quizá estamos huérfanos de sentido común. Hemos pasado de la sobreactuación -coherente, pero quizá innecesaria- de Podemos en el minuto de silencio en el Congreso, a la reescritura del relato por parte del PP. El miércoles, se hablaba en las filas populares de “cacería” contra la exalcaldesa de Valencia. Ayer, después de que José María Aznar hiciera una de sus providenciales apariciones de Pepito Grillo para la parroquia de Génova -lamentando que Barberá “haya muerto excluida del partido al que dedicó su vida”-, Rafael Hernando redirigió el misil leyendo la cartilla a los medios de comunicación, a los que acusó de haber convertido a Barberá en “un pimpampum al que golpear permanente”, porque “daba audiencia”. “No son los dirigente del PP, no, no,... ya está bien”. Pero Hernando parece olvidar que Barberá pidió la baja del partido mientras el cerco de la investigación judicial por el pitufeo se estrechaba y crecían las presiones del PP sobre ella para que apartarse y dejar de ser un problema para el partido en plenas negociaciones para investir a Mariano Rajoy. Los golpes en el pecho y el reparto de culpas empiezan a resultar impostados y demagógicos.
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