La victoria de Trump nos ha privado de conocer la experiencia de tener una presidenta en Estados Unidos. Por el mismo motivo, nunca podremos saber cómo se hubiera desenvuelto el expresidente Clinton en su papel de Primer Damo de USA. Habría sido digno de ver y más de imaginar ese cargo de puertas afuera y en la intimidad del hogar de los Clinton. “No me digas lo que tengo que hacer, que soy más presidente que tú”. “De eso nada, darling, que ya hace mucho tiempo que no eres, sino mi consorte”. “Al menos yo llegué a la White House y tú te has quedado en el umbral”. “No me hagas hablar, que se me revuelven las tripas de acordarme del despacho oval?”.

No, no tendremos la ocasión de ver si la sonrisa profident de Hillary se transformaba en rictus de hastío desde el momento en que Donald, el del tupé que recuerda al mismísimo pato, declarara que las elecciones no habían sido ni limpias ni tan beneficiosas para sus intereses.

Ahora tendremos de Primera Dama a Melania Trump, de la cual apenas se conoce más que su figura de modelo. Y algo más significativo: sus palabras de disculpa y sumisión a los discursos machistas de su esposo. A su favor está el pensar que pueda llegar a evolucionar y tener ideas propias y diferentes a las de su marido, y que las haga valer.

Acostumbrados a una Primera Dama como Michelle Obama, carismática, simpática, valiente, luchadora y brillante; Melania lo va a tener muy difícil. Michelle no ha ejercido de esposa de Barack Obama, más bien, Obama ha sido el marido de Michelle.

Nunca podremos saberlo, pero si en lugar de Hillary se hubiera presentado Michelle a las elecciones por el Partido Demócrata, posiblemente que hoy no habría ganado Trump y Obama se podría haber convertido en el Primer Damo de los Estados Unidos. ¿Tal vez llegue a serlo al cabo de dos legislaturas?