Si la constitución de un parlamento democráticamente elegido debe tener alguna característica no es precisamente ninguna de las que resaltaron ayer en el quizá solemne acto de apertura de las Cortes españolas, compuesto de detalles que cuestionan profundamente la pluralidad de la Cámara como reflejo de las diversidades ideológicas, políticas, culturales y territoriales a las que pretende representar. El boato innecesario, que lo es más cuando la sociedad sigue sin recuperarse de la crisis; el inexplicable aspecto marcial que se le ha añadido en esta ocasión con el desfile militar; y la ya conocida pleitesía monárquica, ilógica cuando se realiza con una dinastía impuesta y no legitimada democráticamente; se antojan una vana escenificación de uniformidad del Estado que sin embargo está más cuestionada que nunca en el inicio de esta legislatura, la decimosegunda desde 1979. La propia composición del Congreso de los Diputados y las dificultades para converger en una mayoría de gobierno, que han desembocado en uno en evidente minoría, así lo atestiguan. Sin embargo, tras la parafernalia de ayer, es esa diversidad en su composición frente a la homogeneidad que se ha pretendido al constituir la cámara la que precisamente dota a la incipiente legislatura de un interés mayor. Y no solo por el ineludible requisito del diálogo y el acuerdo en el ejercicio parlamentario a que el mismo Rajoy que ha hecho gala de rigidez de talante durante cinco años se verá impelido si pretende eludir un fracaso como el de no ser capaz de gobernar, lo que deberá llevar a la revisión de políticas impuestas por su mayoría absoluta. También porque se antoja una legislatura clave en la solución, urgente ya, de las tensiones que la visión uniforme del Estado y su acción recentralizante han provocado y provocan en Catalunya y Euskadi. Todo ello aderezado con la delicada situación de los protagonistas del superado bipartidismo: el PP, por la imperiosa necesidad de renovación tras el continuado escándalo de su corruptela, que marca asimismo esas posibilidades de diálogo y acuerdo; el PSOE, por su profunda crisis, que le aboca a una batalla intestina de difícil solución en pleno duelo con Podemos por la hegemonía de la oposición. Esta legislatura, en definitiva, constituye para los poderes del Estado una ocasión, quizá la última, de dejar atrás la parafernalia heredada hace cuarenta años y empezar a afrontar la realidad.