Allá en mi adolescencia, tuve un vecino con afición a la música electrónica con nocturnidad, alevosía y en día de labor. El tipo llegaba un miércoles a las tres de la madrugada, por poner, y tenía la amabilidad de compartir con todos nosotros alguna vibrante pieza que desde mi lado de la pared sonaba como un martillo pilón. Algún domingo por la mañana me marqué a toda pastilla alguna pieza de heavy metal con los bajos de la cadena de música a todo trapo confiando en regalarle un buen día de resaca. Sospecho que con escaso resultado. Pecados de juventud. La venganza es tentadora pero poco más. El caso es que leo que un hombre ha denunciado a su vecino porque tiene un loro, llamado Loro, que pasa buena parte de la jornada hablando y silbando en el balcón, entre otras piezas el himno del Barça. El animalillo debe de ser bastante conocido en el barrio por esta curiosa habilidad, más curiosa aún teniendo en cuenta que el dueño se declara madridista. Si esto no es transversalidad y fair play, que baje Dios y lo vea. Pero hay un vecino que debe de estar hasta el rabo de la boina del animalillo, que pasa unas siete horas al día en el balcón, y sin mediar negociación previa -según el dueño del loro- ha presentado una denuncia. No me ha quedado claro si por el nivel de decibelios o por discrepancias futbolísticas.
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