La vida es puñetera y supongo que, como la política a fin de cuentas va sobre las cosas de la vida, pues también tiene sus buenas dosis de puñeterismo. Qué vamos a contar, si basta echar un vistacillo a la política patria y recordar episodios glub como los que han jalonado la reciente y aún abierta crisis del PSOE. Pero hablo de ese viaje de despedida, rollo última gira de los Rolling Stones pero de verdad, que ha empezado Barack Obama. Y es que tiene bemoles que esa última misión diplomática de Obama -con todo lo que significó su elección y aunque ni de lejos su mandato se haya acercado a unas expectativas tan estratosféricas e inalcanzables como el buenismo pacato y políticamente correcto que impulsó aquel Nobel de la Paz preventivo- se vaya a dedicar a apaciguar los ánimos en los países tradicionalmente aliados de Washington ante la incertidumbre, cuando no auténtico temor, que despierta el discurso populista, xenófobo, machista y, por resumir, imprevisible del nuevo presidente electo, Donald Trump. Obama, que sentenció que “Donald Trump no es apto para ser presidente”. Y ahí está, intentando tranquilizar a Europa respecto a ese mismo Trump. No sé si llamarlo ironía, paradoja o alguna otra palabra que suena peor.