Especular con la actitud del nuevo Gobierno español que ayer celebró su primer Consejo de Ministros en base a la personalidad de quienes han sido elegidos para conformarlo se antoja tan osado como los vaticinios anteriores sobre su composición. A lo sumo, cabría intuir que su quehacer dependerá, al igual que ha sucedido con la elección de los componentes del gabinete, de una combinación entre el muy personal criterio de Mariano Rajoy y el resultado de los distintos equilibrios entre las corrientes -no solo ideológicas- del Partido Popular. Ahora bien, de esa misma combinación se deduce que, en todo caso y si llega a producirse un cambio de actitud, este será menos evidente que obligado por sus circunstancias parlamentarias. Y estas, al menos mientras el PSOE no decante su situación interna, tampoco se pueden definir como de extrema necesidad. Dicho esto, el nuevo Gobierno sí posee algunas características definitorias. Por ejemplo, refuerza la figura (y la preserva al apartarla de la portavocía) de Soraya Sáenz de Santamaría como alternativa a suceder a Rajoy tras esta que se presume su última legislatura. Y si nos guiamos por los antecesores de María Dolores de Cospedal en el Ministerio de Defensa (Marín, Bono, Alonso, Chacón, Morenés) parece claro que no habría sido ella la ganadora del supuesto pulso con la vicepresidenta. Pero, sobre todo, es el mantenimiento en sus responsabilidades de Luis De Guindos, Cristóbal Montoro y Fátima Báñez, junto al ascenso de Álvaro Nadal, hasta ahora director de la Oficina Económica del Ejecutivo, lo que define al Gobierno y anuncia una prolongación de las políticas ultraneoliberales impuestas en los últimos cinco años y, por consiguiente, de sus efectos en el ámbito social, aun si desde Ciudadanos y el PSOE hoy oficial se pretende capacidad para matizarlas. Ni siquiera el relevo de Fernández Díaz, Margallo y Morenés significa mucho más que las consecuencias de sus actuaciones, toda vez que los perfiles políticos de sus sustitutos, diferencias de talante personal aparte, no permiten aventurar un giro drástico de orientación. Y mucho menos la permanencia de Catalá en Justicia o de Méndez de Vigo en Educación -más allá del reiterado anuncio sobre las reválidas- anuncian una revisión. Mientras no se demuestre lo contrario, Mariano Rajoy ha optado de nuevo por hacer que hace, por darse tiempo.
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