No sé qué ocurrirá a partir de ahora, pero estos más de 300 días de interinidad gubernamental nos han dejado vuelta al aire los lugares comunes. Ejemplo al que ya me referí hace unos días: de hacer quinielas sobre ministrables pasamos a hacer quinielas sobre qué haría en la definitiva votación de investidura el exlíder del primer partido de la oposición. Resuelta la incógnita el sábado al mediodía, otro exotismo: la expectación en torno a esa votación no recayó en el reelegido presidente, no, sino nuevamente en el exlíder del primer partido de la oposición y a esas horas ya exdiputado, que 24 horas después concedía una sonadísima entrevista -especialmente entre las filas socialistas y, más concretamente, entre su nuevo sector oficial- en La Sexta. Se desahogó Pedro Sánchez por fin -lo hizo, es cierto, con escasa referencia a su propia responsabilidad en el devenir de los acontecimientos-, un desahogo comprensible en lo humano y también, por qué no, en lo político, que tuvo algo de venganza personal pero que, seguramente, tuvo más que ver con esa declarada aspiración de seguir dando la batalla interna y quizá dirigiéndose sobre todo a esas bases socialistas a las que tanto ha apelado Sánchez en los últimos meses. Ahora, como antes, los tiempos siguen siendo el motivo de disputa.