La insólita investidura de Mariano Rajoy como presidente ha roto el bloqueo institucional en el Estado que duraba prácticamente un año, pero únicamente en lo concerniente a la conformación de un gobierno tras muchos meses de parálisis casi absoluta, sin que de momento puedan atisbarse signos suficientes para pensar que estamos ante un cambio real y de calado en la política española. El segundo mandato de Rajoy nace, así, con demasiadas incertidumbres dados los grandes retos que debe afrontar el nuevo Ejecutivo, máxime teniendo en cuenta que está en franca minoría y los condicionantes internos y externos con que tendrá que lidiar, a los que hay que sumar la propia y cada vez más sangrante crisis del PSOE, que afectará, sin duda, a la situación política general. De hecho, ya se especula, incluso antes de arrancar, que la duración de la nueva legislatura puede ser inusualmente corta. En esta tesitura, la postura de Rajoy vuelve a ser, una vez más, desconcertante. Si en su primer discurso y el consiguiente debate del pasado miércoles el líder del PP pareció -siquiera de manera táctica más que real- ser consciente de la necesidad de cambiar radicalmente la altiva actitud que ha mantenido durante la pasada legislatura y avenirse al diálogo y los acuerdos -“cada día tendremos que construir una mayoría para la gobernabilidad”, afirmó-, el sábado volvió por su senda habitual como si aún dispusiese de su cómoda mayoría absoluta y pudiese seguir usando el rodillo, e incluso se atrevió a exigir a los socialistas un mayor apoyo que la mera investidura. El problema es a cambio de qué y cómo. Si su oferta es real -lo que está por ver- deberá ser el propio Rajoy el que inicie el cambio de actitud. También pareció el líder del PP tender la mano a los nacionalistas, aunque su posición y sus políticas fuertemente recentralizadoras dejan a Euskadi y Catalunya al margen de las soluciones que demandan. Pero iniciada ya la legislatura, no es solo Rajoy el que tiene grandes y urgentes retos por delante. El PSOE, al borde del cisma una vez consumado su doloroso viraje y entregado el gobierno al PP, debe afrontar un proceso interno global que no se agota con un nuevo liderazgo sino que debe alcanzar a la definición estratégica de su propio proyecto ideológico, absolutamente desdibujado, como oposición mayoritaria y alternativa de gobierno.