El azar puede resultar curioso, quizá simple casualidad, pero el ser humano es dado a buscar explicaciones a todo, incluso a lo que simplemente puede que no la tenga o, quizá, a lo que no debería tenerla. Y, así, resultó que el jueves, el mismo día en que falleció Dario Fo, se anunciaba la concesión del Premio Nobel de Literatura, en esta ocasión a Bob Dylan. En primer término, creo que este premio tiene de positivo que genera polémica: ¿un músico premiado en una categoría de Literatura? Vamos a ponernos cabroncetes, ¿es que no hay poetas a los que reconocer si de lo que se trata es de premiar las letras de Dylan, si a quien se premia es al Dylan poeta y no al músico? Es más, ¿de qué Dylan hablamos, del actual, del Dylan de los 60...? Y dicho esto, y admitiendo que no soy una especial fan de Dylan, tengo la impresión de que es imposible eludir su enorme figura y talento a la hora de explicar la música del siglo XX. Así que, si tengo que elegir, pues muy bien que Dylan haya sido premiado. Primero, porque aunque sea por un ratito hemos estado oyendo sus canciones en radios y televisión, lo que ha elevado el nivel habitual de calidad musical. Pero, sobre todo, porque quizá sea el arte el ámbito donde con más lógica haya que difuminar las fronteras. ¿O es que la poesía no puede cantarse?
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