algo pasa en Europa. Hasta hace no demasiado tiempo, los países se mataban por entrar al exclusivo club de los privilegiados. Había que cumplir unas estrictas normas, sobre todo económicas, y cada tope alcanzado era sinónimo de fiesta en el Estado candidato. De unos años a esta parte, sin embargo, el proceso se está invirtiendo. Europa ya no es un ente tan atractivo, es más bien una entelequia. De hecho, los ingleses no han sido los primeros en expresar su rechazo. Antes que ellos, los ciudadanos de Francia y Holanda dijeron no al proyecto de Constitución Europea. Eso fue en 2005. Desde entonces, cada referéndum ha resultado negativo. El año pasado, sin ir más lejos, Dinamarca y Grecia se negaron en redondo a aceptar las condiciones de la troika. Parece un hecho que los derroteros de los Gobiernos y sus pueblos van distanciándose progresivamente. Seguramente a raíz de la crisis o, más bien, por el modo de gestionarla que ha mostrado a la UE como un organismo sin corazón ni alma, guiado única y exclusivamente por (algunos) intereses económicos. Que se jodan los pobres y los refugiados. No estamos para eso. No me extraña que el Brexit haya tumbado antes que a nadie a bancos y empresas varias del Ibex35. Si no cambia, Europa morirá.