Resueltas las primarias demócratas, en favor de la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, quien habría logrado ya el respaldo suficiente para convertirse en la candidata del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales, queda por decidir la persona que le acompañará en la vicepresidencia. Posiblemente otra mujer del sector más izquierdista de los demócratas estadounidenses que facilite el apoyo de su rival Sanders y de sus millones de votantes, jóvenes, trabajadores, profesionales cualificados y contrarios a la oligarquía de poder que lastra la imagen de Clinton. La nominación pondrá en sus manos la posibilidad de convertirse en la primera mujer que preside los Estados Unidos en toda su historia, pero para eso tendrá que derrotar al constructor y multimillonario Donald Trump, que contra todo pronóstico se ha convertido en el representante de los republicanos con un discurso agresivo, aislacionista y xenófobo, paladín del aislacionismo americano que jalea con las consecuencias de la globalización y la crisis en las clases medias. La preocupación por su posible victoria está más que justificada, tanto dentro como fuera de EEUU. De ahí, la alarma que despiertan sus planes en política exterior, que amenazan con dinamitar los ya frágiles equilibrios geopolíticos en polvorines como Oriente Medio, sin olvidar la capacidad de influencia de Estados Unidos y las consecuencias que podría tener en todo el mundo una presidencia como la defendida por el magnate neoyorkino. La sola posibilidad de que la presidencia del país más poderoso del mundo pueda caer en manos de un personaje como Trump podría parecer conjurada con la nominación de una política de la trayectoria y experiencia de Hillary Clinton. Pero esa creencia está lejos de ser segura, porque si algo han demostrado las primarias es la profunda crisis de confianza de los estadounidenses hacia su clase dirigente. Como azote de ese establishment que simboliza Washington ha emergido por la derecha Trump, un fenómeno que en el bando demócrata ha correspondido al izquierdista Sanders, que con el apoyo de las generaciones más jóvenes, ha sabido convertir el hartazgo hacia la política tradicional en un movimiento ilusionante. Clinton será presidenta sólo si sabe convencer a los electores de Sanders.