cuando falta ya poco más de un mes para la celebración de las elecciones del 26 de junio, los partidos políticos están plenamente inmersos en la larga precampaña -a la que aún le quedan dos semanas largas-, tiempo en el que las distintas formaciones tratan de marcar posiciones y encauzar y afinar mensajes. De momento, por desgracia, nada parece indicar que en esta nueva oportunidad los grandes partidos estén haciendo esfuerzos suficientes por desterrar los contenidos y formas de la nefasta campaña del 20-D y que tuvo su continuidad lógica durante el largo periodo de negociaciones para la posible conformación de gobierno, cuyo conocido resultado, debido precisamente a las actitudes partidistas, fue un gran fiasco que ha situado a la ciudadanía ante la tesitura de volver a acudir a las urnas ante la incapacidad de los dirigentes para alcanzar un mínimo acuerdo. Es más, puede decirse que el actual periodo preelectoral adolece de la misma inercia que provocó el fracaso de la política española de estos últimos meses, lo que, de mantenerse, resultaría imperdonable. Hasta el momento, los partidos se están moviendo de nuevo entre el tacticismo partidista y los gestos vacíos de contenido real. La única novedad relevante ha sido la conformación de la coalición Unidos Podemos, fruto de la alianza entre el partido de Pablo Iglesias e Izquierda Unida, una unión de raíz claramente táctica cuyo objetivo fundamental es el de sumar escaños, atenuar la esperada caída de votos de Podemos y lograr el ansiado sorpasso del PSOE, todo ello aderezado con operaciones de mercadotecnia electoral como los intentos de incluir en las listas a personajes conocidos como Julio Anguita o el jornalero sindicalista Diego Cañamero. Los últimos sondeos indican que, en efecto, esta coalición de nuevo cuño puede dar el fruto deseado, lo que situaría a los socialistas y a su líder en una muy complicada tesitura y podría hacer variar el tradicional eje bipartidista. La alternativa de Pedro Sánchez está siendo también de pura imagen, con fichajes como los de Margarita Robles o el recurso a viejas glorias para su gobierno del cambio. Mientras, Albert Rivera espera su oportunidad como muleta de quien se precie y Mariano Rajoy se mantiene impertérrito como si la corrupción no fuera con él a la espera, como siempre, de que otros se equivoquen más y de que la fidelidad del voto conservador y el previsible aumento de la abstención se alineen en su beneficio.
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