Es uno de los efectos que tiene tanta campaña electoral seguida: se deja de hablar de los problemas de la sociedad para sólo tratar los detalles de los políticos. No hablan de crisis, de desahucios, de recortes, de... No, hay que perder el tiempo con estupideces varias que sólo importan a cuatro y a quienes en esta teórica sociedad de la información sólo saben cagar si lo ponen en Twitter. Mientras, después de tantos años de penurias, el común de los mortales nos hemos acostumbrado a no morir en la miseria. Nos pasa, incluso si tenemos suerte y mantenemos el puesto de trabajo, en el ámbito laboral, pervertido hasta límites insospechados después de años de reformas laborales, ajustes presupuestarios, reducciones de plantillas, prohibiciones de gasto... Ya no nos asusta ni que los supuestos salvadores de algunas de esas empresas que siempre hemos considerado nuestras (en estas tierras hay un sentimiento de comunidad que en ocasiones roza lo ridículo) sean fondos de inversión que nadie sabe ni de dónde vienen ni a dónde van. Así que seguimos chapoteando en el fango y sin decir palabra. Bueno, gritamos en la barra del bar, pero callamos después. El voto es un claro ejemplo. Por eso seguiremos así muchos años, incluso aunque el dinero vuelva a fluir.
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