no es lo mismo ganar que perder aunque, a veces, las derrotas también consiguen enorgullecer a una afición, a una ciudad, a un territorio. El Baskonia tuvo en su mano la final de la Euroliga, consiguió rehacerse tras el impetuoso principio adverso, remontó y, por momentos, hasta pareció hacerse con el control absoluto de la semifinal contra el Fenerbahce. Sin embargo, quizá se confió demasiado pronto, un par de minutos antes de tiempo. Le dio aire a un enemigo que se veía vencido, pero que tampoco había viajado a Berlín de vacaciones. Final angustioso, empate y prórroga definitivamente nefasta para el equipo que ha asombrado a toda Europa, también ayer. La fortaleza mental exhibida en muchos partidos anteriores flaqueó por fin ante un rival que vio in extremis la oportunidad de renacer cuando lo tenía todo perdido. El Baskonia cayó en semifinales en lo que seguramente fue la final anticipada de esta Euroliga. Cayó con honor, sin ser inferior, probablemente al contrario. Quizá pecó de inexperiencia, quizá el titánico esfuerzo desplegado durante toda la temporada acabó pasando factura en una prórroga a la que bien se pudo no llegar. Pero, pese a todo esto, también es cierto que no habría sido en absoluto injusto llegar a la final... y ganarla. Orgullo intacto, pues.