En realidad caminar por Berlín significa escuchar castellano cada dos o tres minutos. Mucho turista, ya sabe. Y algún que otro currela. Pero como ahora, con esto del baloncesto, más de uno está a punto de hacer el petate y marchar para la capital alemana, se me ocurre que tal vez entre esos aficionados puede haber más de uno o una que trabaje en las cosas públicas del ordenamiento del tráfico (qué buenos momentos pasó un servidor cuando colaboraba con La Gaceta Municipal e Iñaki Sagardoy le decía que estaba hasta las narices de quejas). Lo digo porque te plantas allí y ves que en una misma carretera hay tranvía, autobuses urbanos, vehículos privados y bicicletas, cada uno con su carril pero todos juntos. Y oiga, escuchar un pitido, frenazo o queja se hace complicado. Sí, sí, se respetan preferencias, semáforos e indicaciones. Le leche. Como no todo es perfecto, el peatón berlinés es muy gasteiztarra. O al revés, no lo sé. Es decir, cruza por donde le sale de ahí. Los turistas son los únicos que en realidad respetan a los Ampelmann, aunque después de unos días allí, ya saben: donde fueres, haz lo que vieres. Y todo ello sin ver ni una sola rotonda, lo cual en algunos cruces tiene su mérito. Eso sí, para ir donde se juegan los partidos, el metro. Ni se lo piense.