no son tiempos para estar demasiado orgullosos de Europa. Esta agrupación de países se asemeja más a una organización montada para salvaguardar los intereses de los bancos que a una alianza por y para los ciudadanos que la habitan. De hecho, no hacemos sino ajustarnos los cinturones para solventar una crisis, no lo olviden, generada por la avaricia y la codicia del sistema bancario internacional. En el olvido quedaron el estado del bienestar, las ayudas a los débiles, la solidaridad entre los pueblos y, en fin, todas esas zarandajas que nos convirtieron en europeístas cuando las cosas iban mejor. Ahora, Europa solo la identificamos asociada a términos como deuda, déficit, recortes y ajustes. Se trata de un ente económico sin alma ni sentimientos. Nada más allá de eso es de su incumbencia. Ya lo empezamos a ver en la guerra de Yugoslavia o en la crisis de Ucrania. La UE es incapaz de involucrarse si no hay intereses financieros de por medio. Por eso no le duelen prendas en apretar tanto a algunos de los suyos -Grecia o el resto de los países del sur- y pasa tanto del resto. Que se mueran los yugoslavos, los sirios, los marroquís... Y, sin embargo, yo creo que se trata de asesinatos en masa por nuestra parte. Quien puede hacer algo y no lo hace es, desde luego, más culpable que el Mediterráneo.
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