Como ya había sucedido con anterioridad tras cada ataque perpetrado en Europa por el yihadismo violento, a los execrables atentados de Bruselas les han sucedido demasiadas reacciones que confunden el extremismo terrorista con la adscripción religiosa que sus miembros utilizan como pretexto. También las de quienes nada desinteresadamente explotan el temor, la preocupación, la indignación social, para abonar los discursos que sostienen su irracional fobia al diferente. Los ataques de odio islamófobo que se han visto en Madrid -como los que se habían producido con anterioridad en Gasteiz- o ciertos eslóganes, tanto en pancartas como en las redes sociales, que convierten en presuntos terroristas a los refugiados que huyen precisamente de ese mismo terror en sus países de origen, donde se despliega con toda la intensidad, no son sin embargo sino lo que el mismo terrorismo yihadista que pretendidamente critican quiere conseguir: una demonización del musulmán que divida a la sociedad europea en virtud de su credo y una guetización de quienes se aferren a esa fe recibida de sus mayores para impedir la normal integración del Islam en las sociedades europeas y llevar a sus practicantes a la radicalización, abonando el terreno del proselitismo y, por tanto, reforzando las posiciones más extremas y el enfrentamiento entre religiones y sociedades. No hacen, en definitiva, sino favorecer en el todavía relativamente reciente terrorismo yihadista la ya histórica aplicación de la tercera Ley de Newton en la interminable espiral de acciones y reacciones que ha sido común a toda actividad terrorista desde inicios del pasado siglo, si no antes. En ese sentido, no existe diferencia alguna entre quienes han argüido la ideología y quienes pretextan la religión como presunto motivo de su deshumanización violenta. Así y por el contrario, resistirse a la vinculación entre el terrorismo y cualquier confesión religiosa -de la misma manera, por ejemplo, en que la sociedad vasca se ha resistido a que la asimilaran con la violencia que ha padecido durante décadas-, hacer un esfuerzo de comprensión hacia quienes sufren los efectos de ese terrorismo por partida doble, como ciudadanos y como creyentes, contribuirá al agotamiento de las redes de las que se nutren aquellos que pretenden interesadamente convertirnos en parte de una guerra global.