La entrada en vigor oficial desde hoy del acuerdo que facilitará la expulsión hacia Turquía de los extranjeros llegados a la Unión Europea por Grecia, con independencia de su condición de inmigrante económico o refugiado, define el fracaso de Europa como proyecto compartido en términos de solidaridad, de sostenibilidad de su modelo de bienestar y de capacidad de jugar un papel en el concierto internacional. El proyecto de unidad de intereses europeos desde una perspectiva humanista y de derechos y libertades compartidos ya sufrió un severo golpe diez años atrás cuando quedó paralizada la Constitución Europea por las pugnas sobre la representatividad de cada uno de los socios y el rechazo a la incorporación al texto común de una carta de Derechos Sociales de los europeos. Europa no ha sido capaz de avanzar en la integración desde entonces y la crisis económica de 2008 ha dejado en un segundo término el ideal común. En consecuencia, la UE viene afrontando la crisis de los refugiados dividida en función de los intereses individuales, incapaz de reflexionar sobre su papel internacional y llegar a una conclusión compartida y aterrorizada por la presión que sus dirigentes sientes a través de una opinión pública a la que no han sabido garantizar la persistencia de su propio sistema de bienestar y hoy recela de la llegada de nuevos vecinos. Europa ha dejado de ser tierra de acogida y para ello ha sido capaz de aceptar lo inaceptable. El acuerdo supone, como denuncian las organizaciones defensoras de los derechos humanos, una dejación de responsabilidad y una violación de principios legales asumidos por los estados europeos. El derecho de asilo está siendo manipulado y se trata de acallar conciencias argumentando que un país en el que se acreditan deportaciones sin garantías pueda considerarse un país seguro. Quizá las consecuencias más graves de lo que hoy vive el pensamiento político europeo estén por llegar cuando se haya asentado en el común de sus ciudadanos la percepción de que sus derechos y calidad de vida están amenazados por los derechos de los inmigrantes. Es el discurso de los populismos que ya han asentado sus reales en no pocos gobiernos sin que hayan encontrado una alternativa fiable a los ojos de los ciudadanos ni desde la izquierda ni desde la derecha democráticas.