Las elecciones al Congreso y el Senado del pasado domingo han provocado una alteración más que evidente del horizonte político en el Estado a raíz de la entrada en el Parlamento español de las dos formaciones llamadas emergentes, Podemos y Ciudadanos, especialmente en el primer caso; y las enormes pérdidas de respaldo electoral sufridas por el PP de Mariano Rajoy y el PSOE de Pedro Sánchez. El Partido Popular, que ha podido legislar sin trabas durante cuatro años por gozar de mayoría absoluta tanto en el Congreso como en el Senado, es decir, que habría podido desarrollar sin límites las políticas a las que en teoría 10.866.566 votantes dieron respaldo en 2011, ha perdido más de un tercio de aquellos votos (3.650.000 concretamente), pasando del 44,6% al 28%, y un tercio de su representación en el Congreso (de 186 diputados a 123). El PSOE de Pedro Sánchez, por su parte, se ha dejado millón y medio de votos (de 7.003.511 a 5.530.693) respecto al que lideró Pérez Rubalcaba en 2011 y ha pasado del 28% al 22% y de 110 diputados a 90 en el peor resultado socialista. Todo ello a pesar del crecimiento, limitado pero crecimiento al fin y al cabo, de la participación hasta superar el 73% del censo. La grave reconvención del electorado a PP y PSOE, sin embargo, no parece haber producido efecto alguno de momento en ninguno de los dos partidos. Ni en la exigencia de responsabilidades, y su ocasional depuración, a quienes lo lideran o, si acaso, de quienes dirigen y diseñan tanto sus políticas como sus directrices electorales -como ocurriría y de hecho ocurre en otras democracias europeas- ni en cuanto a la reconsideración de las mismas. Por el contrario, Rajoy se ha apresurado a ratificarse en ellas de inmediato tras su derrota electoral y Pedro Sánchez parece resistirse -o encontrar resistencias en su partido- a variarlas. Y no son mal ejemplo sus posiciones ante las reivindicaciones nacionales o de pacificación y normalización en Euskadi, donde el PP ha perdido el 32% de sus votos (69.241) en cuatro años y pasado del 17,8% de los sufragios (210.797) en 2011 al 11,6% (141.556) y el PSOE se ha dejado nada menos que el 36% (92.639), cayendo del 21,5% (254.105) en 2011 al 13,2% (161.466) el pasado domingo. ¿Ni siquiera los peores resultados de ambos partidos en las cinco elecciones generales de este siglo en Euskadi son motivo suficiente para rectificar?
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