nada menos que durante 30 años, Inglaterra mantuvo en vigor una norma que, en plena ebullición de la revolución industrial a mediados del siglo XIX, prohibía a los primeros vehículos a motor circular por las calles a más de 6 kilómetros por hora, basándose al parecer en alguna tradición medieval. Dicen que eso frenó el impulso de la industria automovilística británica, que fue adelantada, por la izquierda y por la derecha, por las grandes firmas francesas y alemanas. Y el Reino Unido, aun disponiendo de los mejores ingenieros y de un potente desarrollo industrial, se vio relegado por arraigados prejuicios de la época victoriana. Arrastra Vitoria un problema similar con muchos de sus símbolos de progreso. Como ya sucediera en su día con la llegada del ferrocarril -cuyo nudo se desvió a Miranda de Ebro-, el auditorio, la terminal de autobuses, el palacio de congresos, el soterramiento de las vías, la nueva estación de tren o la implantación del tranvía se han visto igualmente frenados por un bucle interminable de quejas, debate, postureos y hasta tradiciones no escritas del vitorianismo que hace de la capital alavesa una ciudad de orden en la que -en sentido figurado o metafórico- tampoco se puede circular a más de 6 kilómetros por hora.