Estoy fatal, pero si hay un notable porcentaje de población que sacrifica una cerveza con los amigos, o un cine, o una cena con su pareja, por una tertulia política en la tele, aún hay esperanza para mí. Me molan esos análisis sobre por qué y cómo ocurre lo que ocurre en unas elecciones. Que tiene trampa, porque esto viene a ser como esas lecciones magistrales que un ejército de economistas nos han dado sobre la debacle económica de 2007 a posteriori. Por ejemplo, habrán oído estos días hablar de lo que han bautizado como efecto Rocky Balboa -mi enhorabuena al baptizador-, en referencia a Podemos y a Pablo Iglesias en concreto tras el debate a cuatro del día 7. Con una denominación bastante más sugerente, se trata del efecto underdog. Iglesias llegaba desfondado a la campaña, incluso Carolina Bescansa llegó a admitir que no luchaban por La Moncloa, pero ahora en los mítines corean la palabra remontada. De algún modo, Pedro Sánchez parecía estar construyendo un discurso similar, de todos contra mí, ¿cómo influirá en ese mensaje la agresividad con la que se manejó en el cara a cara con Mariano Rajoy? ¿Conseguirá Rajoy activar a la némesis del underdog, el efecto bandwagon, el que aconseja apostar a caballo ganador? Lo dicho, solución el día 21.
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