Domingo 6 de diciembre. Es decir, se supone que festivo por partida doble. Primeras horas de la mañana (bueno, vale, eran algo así como las diez, pero es que uno casi todavía no se había levantado) y te llaman al portal. “Policía”. Coño. Y en esos segundos en los que calculas que el agente va a subir en el ascensor los pisos correspondientes, haces un repaso mental rápido para saber qué has hecho esta vez. Tic, tac. El hombre sube a pie, con el casco de la bici en la mano y cara de lo siento, tío. Es más, lo primero que me dice: “aquí tienes el listado de causas para poder alegar”. Hace más de una década me tocó de presidente en unas autonómicas. Ahora es de segundo vocal. ¡Viva la fiesta de la democracia! No me entienda mal, querido lector. Creo que ya he contado en estas páginas alguna otra vez que la experiencia en su momento tuvo su punto. Ya sabe, por ver cómo va la cosa. Pero esto es como la segunda parte de una película que se debería haber quedado ahí. Así que me estoy concienciando. No, no para lo que será la jornada del 20 en sí, sino para mentalizarme del madrugón pre-navideño teniendo en cuenta las cenas y comidas que tengo antes y después de las elecciones. Ya no tengo edad para tanto ir y venir. Te has lucido con la fecha, Mariano.
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