Sí, amiguito, estamos otra vez de elecciones. Este carrusel de la supuesta democracia que no se para. Y cuidado, que el año que viene nos tocan autonómicas en Euskadi. Claro que, piénselo, podría ser mejor, podríamos usted y yo vivir en Cataluña y estar al borde de una nueva convocatoria a principios de 2016. Una fiesta, vamos. En todo esto, resulta que, como era de esperar, hemos empezado a hablar de las chorradas habituales, del prometo que no cumplo, de la situación geo-política mundial como actores esenciales que somos de la escena internacional, de cómo tienen que ser los debates, de lo importante que es lo que luego deja de serlo (ya sabe, esas tonterías de la Sanidad, la Educación, la Cultura...) y demás cositas. Porque lo de que la gente tenga un techo donde morirse en paz, una ayuda por si uno tiene que cuidar de otro que no puede valerse por sí mismo, una atención médica mínima, una formación académica que cumpla unos requisitos esenciales... es decir, todo eso que ha generado en estos años mareas de todos los colores y reivindicaciones, ya no le importa a nadie. Lo peor, eso sí, no es que le de igual al político de turno -que por supuesto-, es que le importa un pimiento al ciudadano. Por eso, las encuestas dicen lo que dicen.
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