Antes llegaba una campaña electoral y lo natural era que el ciudadano corriera a atrincherarse ante el previsible tsunami de cortes de cinta en precampaña -ha habido momentos mágicos, esas inauguraciones de rotonda...- y, durante la campaña, uno esquivaba (o no) la clásica avalancha de globitos, panfletos y merchandising variado, incluido esos caramelos que, como los de Olentzero o los Reyes Magos, eran indestructibles. Además, hace unos años, si eras infante de columpio, en campaña el riesgo subía exponencialmente porque podías acabar como una Kardashian cualquiera inmortalizado fotográficamente en todas las portadas junto al candidato de turno. Y luego lo suyo era unos cuantos mítines fetén, con la tropa enfervorecida y el verbo hábil, si había suerte. Pero ahora lo que se lleva es el candidato prime time. Confesiones personales en el sofá, bailecito por aquí, un poco de guitarrita por allá, viaje en globo, retransmisión de partidito de fútbol... The show must go on, ya lo dijo el gran Freddie Mercury. Quién sabe, quizá sea la manera siglo XXI de recordar que el candidato de turno es mortal, como el esclavo que sostenía la corona de laurel sobre la cabeza del general victorioso al entrar en Roma. Memento mori. Que nos sea leve.
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