La Cumbre sobre el Clima (COP21) que arranca hoy en París con la participación de 196 países tiene el complicado pero trascendental reto de alcanzar un acuerdo mundial y vinculante con el objetivo último de limitar el progresivo aumento de la temperatura global a un máximo de 2º C para el año 2100, lo que debería suponer el compromiso constatable de todos y cada uno de los representantes de cada nación de reducir de manera drástica las emisiones de gases de efecto invernadero. Un objetivo claro, alcanzable, absolutamente necesario según el consenso generalizado de la comunidad científica y de distintos organismos investigadores, académicos, institucionales y políticos, pero que los distintos intereses y realidades han hecho imposible hasta ahora. De ahí que la presión hacia los participantes en la cumbre de París sea en esta ocasión mucho mayor que en citas precedentes. Las negativas experiencias anteriores pesan mucho sobre la opinión pública, consciente de que el futuro del planeta está, en parte, en juego en esta conferencia mundial. Si, como revelan los distintos informes y se discute en cada una de las reuniones en los que se trata este asunto -como el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC)-, la amenaza del calentamiento global sobre la tierra y sobre la vida en el planeta es realmente dramática y el daño al que nos enfrentamos está a punto de ser irreversible, es hora de poner blanco sobre negro las actuaciones necesarias para iniciar el cambio y conseguir el objetivo. El fracaso de la anterior cumbre de Copenhague en 2009, en el que se alcanzó un acuerdo de mínimos no vinculante, sin objetivos concretos y sin plazos, debe servir para incrementar los esfuerzos para que de París salga un consenso en forma de contrato vinculante, que sea de desarrollo obligatorio para todos los países y exigible ante las Naciones Unidas, que debe poder verificar su cumplimiento. Ayer, el anfitrión de la cumbre, François Hollande, hizo un llamamiento a lograr un “acuerdo ambicioso”, lo que, según añadió, significa “un acuerdo vinculante, porque si no hay elementos vinculantes, no tendrá credibilidad”. Esa es, en efecto la base de lo que el mundo se juega en la COP21, porque del futuro del clima depende nuestra propia supervivencia y la de las próximas generaciones.