Dicen que el sentido del humor es signo de inteligencia. No sabría decirles, aunque estoy convencida de que su ausencia suele acompañar a los ababoles. He escuchado estos días disertar sobre el postureo tras los atentados de París, sobre las reacciones 4.0, la banalidad, la intrascendencia, la inanidad... Tendrán razón, o no. No lo sé. Charlie Hebdo se ha marcado una portada sobre la masacre. Un hombre acribillado con una botella de champagne en una mano y una copa en la otra bebe mientras el espumoso se derrama por los agujeros de las balas: “Ellos tienen las armas. Que se jodan, nosotros tenemos el champagne”. Reproduce de algún modo el mensaje que el humorista John Oliver dedicó al asunto: “Si vas a una guerra de cultura y estilo de vida con Francia, ¡jodida buena suerte! Adelante, trae tu ideología en bancarrota, ellos traerán a Jean-Paul Sartre, Edith Piaf, buen vino, Gauloises, Camus, el Camembert, magdalenas, macarons, Marcel Proust y el jodido croquembouche... ¡Estáis jodidos!”. La ironía puede ser una vía de catarsis, de cierto reseteo mental y sentimental. Hablan estos días de la futilidad de cosas como el #jesuisenterrasse y sí, quizá, mucho postureo del que abunda en estos tiempos. Pero también puede ser un asidero a pie de calle para empezar a reconquistar la normalidad arrebatada.