Un síntoma de que te vas haciendo mayor es que comienzas a quedarte desfasada con las tribus urbanas. Por ejemplo. Hace un par de años, en Madrid, paseando por Malasaña me llamó la atención que abundaban los chicos con barba. Claro, supongo que en conocimiento de modas me había quedado en el metrosexualismo abanderado por David Beckham, creo. Luego leí por ahí un artículo y me di cuenta de que había surgido un nuevo grupo estético-socio-cultural denominado hípster, una de cuyas señas de identidad son precisamente las barbas, al igual que de otro grupo, los lumbersexuales. Les advierto de que posiblemente esto ya esté fuera de onda. Ahora se estila el rollo muppie, según leo, y la gran corriente estética -únicamente masculina al parecer- de los fofisanos. Pero yo iba a lo de las barbas, porque hace unas semanas un motorista que circulaba por Suecia llamó alarmado a la Policía porque avistó lo que le pareció una concentración de yihadistas del Daesh. Él divisó un grupo de treinta tíos con generosas barbas bajo una bandera negra con dos sables cruzados y ató cabos. Pero eran los Bearded Villains. Y se debieron de tomar con humor el interés policial. Dos policías acudieron al aviso. No debían de estar muy alarmadas las fuerzas de seguridad suecas.