El anuncio de la titular de Interior austriaca, Johanna Miki-Leitner, de que su país levantará “barreras técnicas” en su frontera con Eslovenia, la advertencia del primer ministro esloveno, Miro Cerar, sobre la construcción a su vez de otra valla en su paso con Croacia o las quejas del responsable alemán de Interior, Thomas de Maiziere, por la llegada “descontrolada” de refugiados a Baviera desde Austria confirman que el enorme problema de la Unión Europea con la acogida humanitaria tiene forma de dominó. Las reticencias saltan de país a país -entre Grecia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Austria o Alemania, además de Suecia, cuyo primer ministro, Stefan Löfven, pidió recolocar a los refugiados que ha acogido- y provocan reacciones que colisionan con los principios sobre los que se ha construido la UE. Así, la reaparición de las fronteras interiores en Europa -con la reinstauración de controles policiales en el espacio de Schengen- suponen un incumplimiento de las obligaciones de protección establecidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos -cuyo artículo 14 establece que “en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de él en cualquier país”-, en el Estatuto del Refugiado de la Convención de Ginebra, en el Convenio Europeo de Derechos Humanos y en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Cuando este año se ha contabilizado ya la entrada de 650.000 refugiados -el 34% mujeres y niños- y se calcula que otros 125.000 se hallan en tránsito hacia Europa, la agencia europea de control de fronteras Frontex sigue exigiendo medios a los Estados de la UE para el control y la atención de refugiados. Cuando la Comisión Europea aprobó en julio un reparto entre los Estados de 40.000 refugiados -a los que en setiembre sumó otros 120.000-, a mediados de octubre los países miembro únicamente habían ofrecido 854 plazas y reasentado a 86 personas, mientras sus líderes posponían la respuesta y se emplazaban a una nueva cumbre en Malta. Europa sigue sin comprender la magnitud de un problema que no se soluciona con vallas y fronteras, ni con ofertas de miles de millones a Turquía para que ejerza de gendarme, sino con decisión diplomática sobre el origen del drama en los países y conflictos que empujan a los refugiados hacia nosotros.