Ya sea por las dificultades que encuentran para encontrar un trabajo estable, para acceder a la hipoteca de una vivienda, porque prolongan sus estudios o becas posgrado o por las razones que fueran, es un hecho que durante las últimas décadas nuestros jóvenes han ido retrasando la edad de emancipación. O también puede ser que a las madres nos da pena que se vayan e intentamos que estén en casa tan a gusto que no tengan ganas de irse. Ahora bien, puede pasar también que los chavales no se lleven bien con su familia y prefieren irse a compartir piso con unos amigos o también que sus padres se empeñen en ponerles todo tipo de pegas para empujarles a que vuelen del nido de una vez. O lo que les reducen la paga, les restringen los horarios de llegada nocturna, les limiten el acceso a internet, les obligan a que se cocinen ellos mismos la cena o a poner la lavadora. Y llega un momento en el que, claro, los chavales dicen que están pensando en irse de casa.
Algo parecido ha pasado en Cataluña. Resulta que, después de acusarles de esquilmar al Estado en las negociaciones de apoyo al Gobierno de turno, de cepillarse su Estatut, de llamarles polacos en tono peyorativo, de acusarles de esclavizar a los charnegos, de prohibirles hablar catalán y obligarles a hablar en cristiano porque que así nos podemos entender o de boicotear su cava, ahora nos escandalizamos porque los catalanes se quieren ir de España, porque además, por añadidura, el alquiler en el Estado les sale carísimo.
Y sin necesidad de irnos tan lejos, ahora resulta que desde Logroño nos acusan a los alaveses de insolidarios, filonacionalistas y separatistas porque nos queremos ir de la DOC, el chiringuito del PP riojano. Han despreciado la viticultura específica de la Rioja Alavesa, el acervo cultural de hace siglos, la tradición histórica del vino de Laguardia, que atesora su propia literatura desde el Medievo, y sobre todo han intentado torpedear que pudiéramos exportar con nuestra propia marca o subzona. Y ahora resulta que se rasgan las vestiduras porque nos empezamos a plantear que igual es mejor salirse.
Hay muchas maneras de convencer o seducir a alguien para que se quede en tu casa, empezando por algo tan básico como ser hospitalario, pero tratando a la gente a zapatazos, es normal que un buen día te vengan con eso de “oye, yo casi que me voy”.