Primer café de la mañana, cuando mis neuronas están todavía para pocas leches. Es un bar de la calle Gorbea. Y un convecino se me acerca con un periódico en la mano y me dice: vamos a ver, tú que te dedicas a esto, ¿me puedes explicar, que yo lo entienda, que coño es eso del impacto mediático? Y tras el resoplido inicial, le cuento que, a grandes rasgos y sin entrar en detalles, se supone que es la medición en dinero de las apariciones que un determinado concepto tiene en los medios de comunicación. Es decir, como si tratásemos a la información como publicidad. A partir de ahí, las preguntas se agolpan pero me quedo con una que hace y que me parece muy interesante porque sobre todo en Álava no sé si lo tenemos muy claro. ¿Y para qué sirve esto de verdad? Pues en realidad, para nada. O mejor dicho, para justificar determinadas inversiones o apoyos amparándose en a qué huelen las nubes. Le comento que en la mayoría de los casos nunca se facilita la letra pequeña de esos estudios. Es más, ni siquiera sueles saber si de verdad se han hecho. Que se han convertido en la nueva excusa, sobre todo en el caso de las instituciones, para sacar pecho de la nada, para vender humo. Porque, entre otras cosas, hacer un estudio de impacto mediático serio y riguroso cuesta una pasta.