El acuerdo alcanzado en el Eurogrupo para un tercer rescate de la economía griega por 35.000 millones de euros (11.000 de manera inmediata), que implica la creación de un fondo de 50.000 procedente de privatizaciones del sector público heleno, parece alejar la amenaza para la economía europea que hubiese supuesto el Grexit, la salida de Grecia del euro. Lo hace, al menos, a expensas de la aprobación de las condiciones del acuerdo por el Parlamento griego antes de mañana y por el Bundestag alemán, entre otras cámaras de los Estados miembro, el próximo viernes. Así que la Unión Europea parece haber hallado la ventana de oportunidad para salvar la continuidad de Grecia, pero se condena, más allá de la próxima década incluso, a gestionar una Europa de dos velocidades que conllevará también el mantenimiento de fricciones políticas entre sus miembros y, posiblemente, ahonde en el alejamiento de las sociedades de muchos de ellos respecto a las instituciones comunitarias, lo que dificultará la homogeneización sociopolítica sin la que la construcción de una verdadera confederación europea seguirá pendiente. Sin reducir un ápice la responsabilidad de los anteriores gobiernos griegos en la descapitalización de Grecia hasta su quiebra técnica, ni tampoco la de su actual primer ministro, Alexis Tsipras, en la dilación y complicación del proceso negociador; cabe asimismo preguntarse no ya por la consecuencias económicas sino por los motivos -más allá de la deuda y el déficit- que han llevado a las instituciones europeas a procesos que ponen en cuestión valores intrínsecos al espíritu de la Unión y de la propia democracia. No es posible obviar, en ese sentido, que la actuación conjunta de la troika, es decir, Europa y el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha llevado a la zozobra la legitimidad de gobiernos elegidos democráticamente, forzado el incumplimiento de estos para con sus electores y provocado finalmente su sustitución, como podría suceder aún en Grecia, tras verse obligados a solicitar un nuevo refrendo ciudadano. En definitiva, si se ratifica, como parece, el acuerdo laboriosamente alcanzado en la madrugada de ayer, Europa habrá logrado vacunarse, al menos de momento, frente al contagio de una crisis económica a gran escala, pero quizás haya sacrificado nuevos jirones de su reconocimiento social y sus fundamentos políticos.
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