el viaje pastoral del papa Francisco a diferentes países de Sudamérica (tierra cuyas peculiaridades conoce bien) ha estado cargado de profundos mensajes y de gestos con los más desfavorecidos. Desmenuzando su discurso en la capital de Bolivia, la mayoría de aportaciones -todas ellas en sentido crítico, inconformista y llamando a la movilización- presentan coincidencias con los pronunciamientos y reivindicaciones de los movimientos sociales que tanta fuerza popular y política han cobrado en los últimos meses en el Estado. Bergoglio reclamó sin tapujos un cambio del sistema económico -“Queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta”, dijo-, una vuelta de tuerca que rompa con el régimen de explotación, se preocupe de los más desfavorecidos y sea más sostenible, al hilo también esto último de su más reciente encíclica. El discurso de Francisco en Latinoamérica tiene ecos de alegatos revolucionarios de otros tiempos y no parece solo una táctica para alegrar los oídos de una concurrencia mayoritariamente integrada por miembros de movimientos campesinos. La Iglesia católica puede vivir un antes y un después durante el pontificado de Francisco, en el momento en que esta parecía más alejada no solo de una sociedad en permanente cambio sino de muchos de sus feligreses que ya no se reconocían como miembros de la misma. Así, el Papa criticó a quienes ambicionan amasar dinero a costa de arruinar a la sociedad y de convertir al hombre en esclavo; reclamó que se ponga la economía al servicio de los pueblos; exigió devolver a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece; denunció a los poderes fácticos que privan a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía; puso en solfa las medidas de austeridad que solo ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres; y, por último, censuró el colonialismo que reduce a los países pobres a simples proveedores de materia prima y mano de obra barata. No es un mensaje local, donde las necesidades son más evidentes, sino universal; el Papa traza una radiografía muy cercana a lo que está ocurriendo también en países considerados desarrollados y donde los recortes y ajustes los están padeciendo de manera más devastadora los sectores más desfavorecidos. Esos de quienes parecía que la Iglesia oficial se había alejado. Hasta que llegó Francisco.