Me gusta el río de la Avenida de Gasteiz. Alegra el trayecto en bicicleta que realizo cada jornada camino del trabajo. También mola mirarlo por la ventana del autobús durante los días fríos y lluviosos. Es decir, que llevo viéndolo a mi lado durante muchos meses y puedo hablar con cierto conocimiento de causa, que no de urbanismo fluvial. He visto cómo se riega la zona verde que discurre en sus márgenes, que no toda es verde y quizás por eso la riegan tanto. La riegan mediante un dispositivo de esos enterrado en el suelo, y el agua que sale de ellos moja graciosamente los tobillos de los ciclistas. La riegan también con mangueras desde la zona peatonal, y el agua que sale de ellas también moja, pero ya no tan graciosamente, los tobillos de los ciclistas. Esto es mucho regar, creo yo. He visto basura acumulada en el curso del regato, pero les aseguro que no dura mucho gracias a los solícitos trabajadores que la retiran cuando toca. He visto señores con perro que meten al animal en el agua, no sé si para que se refresquen las patas o como escenario natural de sus deyecciones. Me gusta el río de la Avenida de Gasteiz, y a quién no. Pero no comprendo que se gaste tanto dinero en estas cosas que sólo son envoltorios, papel de regalo, trabajo de escaparate.
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