La cercanía del referéndum que mañana debe celebrarse en Grecia, respecto a la aceptación o no de las condiciones planteadas por las instituciones europeas y el Fondo Monetario Internacional para encauzar hacia la solvencia la actual quiebra económica del Estado griego, parece haber resumido todo el problema -y la responsabilidad en él- a la respuesta que vaya a dar la sociedad helena. La publicación de encuestas que, además, plantean en las últimas horas por primera vez la posibilidad de que los griegos den la espalda al primer ministro, Alexis Tsipras, y acepten el planteamiento de la troika, así como las cualificadas opiniones de renombrados economistas inclinándose por rechazarlo, centran el debate y ocultan la ausencia absoluta de negociaciones para solventar un problema que, sin embargo y como han reiterado en numerosas ocasiones los líderes europeos -desde Juncker a Merkel pasando por Hollande, aunque ahora traten de relativilizarlo-, afecta a toda la Unión. Porque suceda lo que suceda mañana en el referéndum y sea cual sea la participación en el mismo y su resultado, el enorme problema de la insolvencia griega y sus efectos sobre la economía europea continuarán. De hecho, ya la próxima semana, el día 12, Grecia deberá abonar 3.950 millones de euros adicionales a sus acreedores, a los que hay que añadir 1.950 millones de euros más solo siete días más tarde, casi seis mil millones de euros en dos semanas... cuando este martes acaba de incurrir en el impago de 1.544 al FMI ante la ausencia de fondos. Que el FMI haya admitido finalmente la necesidad de una quita, que la Comisión Europea haya puesto sobre la mesa una renegociación de la deuda y que ya se planteen las cifras de un nuevo rescate -más de 36.000 millones de euros- desde la UE, son evidencias de la gravedad de la situación no solo para Atenas. Si vence el no, Grecia y la UE se hallarán ante un callejón sin salida, por cuanto los tratados europeos -y en eso lleva razón Tsipras- no contemplan la expulsión de un Estado miembro. Expulsión que, dicho sea de paso, tampoco evitaría el efecto dominó en otras economías de la eurozona. Y si vence el sí, la UE se encontraría sin interlocutor -dado que ese resultado debería llevar la dimisión del gobierno Tsipras- para articular los acuerdos de reestructuración de la deuda y del nuevo rescate que debería salvar, al menos momentáneamente, a la economía griega.
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