umberto Eco aconseja en la introducción de su manual Cómo se hace una tesis a quienes “se ven obligados a hacer una para sacar el título a toda prisa y ascender de categoría” que no sigan leyendo e “inviertan una suma razonable para encargar la tesis a otro” o bien “copien alguna hecha en otra universidad”. Luego se dirige a quienes hacen la tesis “por su propia satisfacción intelectual”. Algo parecido ocurre en los proyectos culturales. Hay quien hace una pantalla de reclamo y negocio -con el famoseo de televisión, la créme de las figuras sagradas del jazz o cualquier otra proyección mediática- y tira de talonario sólo después de asegurarse una generosa subvención pública y otros que, tras bullir una idea echando una cerveza, investigan, buscan complicidades, fomentan el trabajo cooperativo e interactúan con el tejido local al margen del peloteo subvencionador. Es el caso del Jazzharrean que empieza mañana, de Aterriza Galería de la que DNA informa hoy, del Osteguna Rock, de Sleepwalk Collective, del Kolectivo Mostrenko o tantas movidas que no están a expensas de la graciosa subvención. La oficialidad, ahora que gira la tortilla, debería mirar también hacia estos otros doctorandos, aunque su tesis sea más laboriosa y no asegure rentabilidad en la industria cultural.